julio 03, 2007

Estilo Pilar

"Es más fácil obtener el perdón que el permiso".
Espero que me perdone: leí Las viudas de los jueves de Claudia Piñeiro. Allá en mi ducha expuse una parte de los motivos que me llevaron a atreverme con el Premio Clarín de Novela 2005 (lo de la "cultura country" y mi curiosidad al respecto) pero tengo otros dos. Primero, el comentario de un amigo que en general recomienda bien (se deja leer, es entretenido, fluye); y segundo, la imperiosa necesidad de leer algo liviano, entretenido y fluido después de haber terminado una extenuante maratón de tres meses con Once upon a distant war, un señor libro sobre los corresponsales de guerra en los primero meses de Vietnam (que capaz me animo a comentarle en otro momento). Maratón no sólo por el tema o las más de 500 páginas en inglés sino también por el momento en el que se desarrolló, entre febrero y mayo, usted sabrá comprender.
Pero volviendo a Las viudas, la experiencia no fue ni mejor ni peor de lo que me esperaba, porque en realidad no me esperaba demasiado, ni siquiera después de leer lo que Saramago dijo de ella: "una novela ágil, escrita en un lenguaje perfectamente adecuado al tema, un análisis implacable de un microcosmos social en acelerado proceso de decadencia", cosa que no deja de ser cierta y, leída a conciencia, ni siquiera es un elogio, es apenas una descripción objetiva de lo que nos espera en el libro.

"Nadie puede perder el tiempo escribiendo la nada. Eso no quiere Romina. La nada. Romina no sabe qué quiere, pero eso no. "La nada que la escriba otro"."
Tengo la sospecha de que el principal problema de Las viudas… es que está escrito por una señora que gusta de pertenecer al mundo country pero le da vergüenza admitirlo. Probablemente, porque se sienta (o se sepa) superior a esa casta de señoras que juegan al burako y se reúnen a tomar sol e intercambiar experiencias sobre cirugía plástica, pero qué cómodo que es vivir en el country. Y entonces, a mitad de camino entre la nada y lo políticamente correcto, reniega del gueto pero se regodea en cada uno de sus rincones, para mostrar que adentro está todo lo malo, y que la única manera de zafar es mandándose a mudar.
Pero ¿qué es lo tan malo que hay adentro? Hay maldad, pero no mucha: una de las señoras quiere impedir que se mude una nueva familia porque tiene "apellido paisano". Se mudan igual. Hay violencia, pero no mucha: un marido le pega a su mujer, pero la cosa no va mucho más allá de la enunciación; una señora que desbarata su casa para vengarse del marido y dejarlo mal parado con la comunidad, pero después ella se va, el marido vuelve con su nueva mujer, y aquí no ha pasado nada. Hay corrupción, pero no mucha: las señoras le venden su ropa usada a las mucamas. Hay mucha mentira, pero nada demasiado grave: un señor le mete los cuernos a su esposa, otro le oculta que se quedó sin trabajo y así todo. Hay vicios, pero nada nuevo: algún porrito adolescente, alguna señora aburrida que se emborracha, algún hombre serio que se pajea para internet. Hay personajes marginales (a los que la autora trata denodadamente de mostrar como los únicos rescatables), pero no tanto: una mucama lesbiana, un pibe que espía a los vecinos desde los árboles, una piba correntina adoptada "a la fuerza" por una familia que sólo quería a su hermanito bebé. Y hay crimen, pero tampoco tanto: tres muertos en la pileta pero ningún otro asesino más que el capitalismo salvaje y la debacle social del 2001. Todos lugares comunes más transitados que la Panamericana un viernes a la tardecita.

"No es lo mismo contar que vivir. Es más difícil contar. Vivir se vive y ya. Para contar hay que ordenar y a ella le está faltando eso, ordenar, por dentro, las ideas, lo que le pasa. El cuarto por suerte se lo ordena Antonia."
Las viudas... no sólo es un libro liviano y lleno de lugares comunes y frases hechas, sino también previsible: al principio te tira los tres muertos a la pileta y, aunque no los vuelve a enhebrar hasta el final, enseguida te das cuenta qué pasó con ellos. La multiplicidad de voces más que sumar desordena, sobre todo cuando aparece la tercera persona no identificada, que vendría a representar a una cualquiera de las habitantes del gueto que hace las veces de narradora y nos cuenta cosas de la realidad (para ponernos en época) pero sin nombrarla: frases (que no son textuales, porque no da) como "un país del norte ataca a un país de medio oriente" o "un presidente renuncia y viene otro que se va rápido". Las pocas puntas medianamente prometedoras (los muertos, Romina, la venganza de la cornuda) se diluyen pronto y los personajes (autora incluida) deambulan abúlicamente entre la nada y la nada y la historia fluye, es cierto, pero también fluye el agua en el bidet y no por eso es una fuente.