agosto 14, 2007

Gordo

Me gustó Gordo, un libro que leí hace un tiempo y que vuelvo a tener entre manos porque mañana lo tengo que devolver. Monchón es un típico gordo desde chico, que se cree rebelde e incomprendido para no ver que está solo, y que cree sentirse a gusto porque ama la comida y adora cocinar y para colmo trabaja crítico gastronómico, pero la verdad es que casi siempre querría desaparecer. Y efectivamente, cuando empieza la enésima dieta de su vida, de repente empieza a notar que diferentes partes de su cuerpo -¿las que ya no ve, las que no logra alcanzar?- se vuelven invisibles. Y su terror llega a la cumbre cuando nota que empieza a perder, también, el sentido del gusto.

La historia, dividida en recetas en lugar de capítulos, es original y divertida, un buen resumen de todos los padecimientos que atraviesa un gordo en cualquiera de los aspectos de su vida. La comida es omnipresente en la vida de Monchón y en el libro, causa principal de sus mayores placeres, traumas, culpas y sufrimientos. Las descripciones obsesivas de los platos dejan la sensación de que uno podría paladearlos y hasta empacharse. Y el remate está muy bueno, a pesar de ser casi un final de cuento de hadas: Monchón recupera su cuerpo y sus sentidos en plena faena sexual con Julia, que "lo ama por ser como es".

julio 03, 2007

Estilo Pilar

"Es más fácil obtener el perdón que el permiso".
Espero que me perdone: leí Las viudas de los jueves de Claudia Piñeiro. Allá en mi ducha expuse una parte de los motivos que me llevaron a atreverme con el Premio Clarín de Novela 2005 (lo de la "cultura country" y mi curiosidad al respecto) pero tengo otros dos. Primero, el comentario de un amigo que en general recomienda bien (se deja leer, es entretenido, fluye); y segundo, la imperiosa necesidad de leer algo liviano, entretenido y fluido después de haber terminado una extenuante maratón de tres meses con Once upon a distant war, un señor libro sobre los corresponsales de guerra en los primero meses de Vietnam (que capaz me animo a comentarle en otro momento). Maratón no sólo por el tema o las más de 500 páginas en inglés sino también por el momento en el que se desarrolló, entre febrero y mayo, usted sabrá comprender.
Pero volviendo a Las viudas, la experiencia no fue ni mejor ni peor de lo que me esperaba, porque en realidad no me esperaba demasiado, ni siquiera después de leer lo que Saramago dijo de ella: "una novela ágil, escrita en un lenguaje perfectamente adecuado al tema, un análisis implacable de un microcosmos social en acelerado proceso de decadencia", cosa que no deja de ser cierta y, leída a conciencia, ni siquiera es un elogio, es apenas una descripción objetiva de lo que nos espera en el libro.

"Nadie puede perder el tiempo escribiendo la nada. Eso no quiere Romina. La nada. Romina no sabe qué quiere, pero eso no. "La nada que la escriba otro"."
Tengo la sospecha de que el principal problema de Las viudas… es que está escrito por una señora que gusta de pertenecer al mundo country pero le da vergüenza admitirlo. Probablemente, porque se sienta (o se sepa) superior a esa casta de señoras que juegan al burako y se reúnen a tomar sol e intercambiar experiencias sobre cirugía plástica, pero qué cómodo que es vivir en el country. Y entonces, a mitad de camino entre la nada y lo políticamente correcto, reniega del gueto pero se regodea en cada uno de sus rincones, para mostrar que adentro está todo lo malo, y que la única manera de zafar es mandándose a mudar.
Pero ¿qué es lo tan malo que hay adentro? Hay maldad, pero no mucha: una de las señoras quiere impedir que se mude una nueva familia porque tiene "apellido paisano". Se mudan igual. Hay violencia, pero no mucha: un marido le pega a su mujer, pero la cosa no va mucho más allá de la enunciación; una señora que desbarata su casa para vengarse del marido y dejarlo mal parado con la comunidad, pero después ella se va, el marido vuelve con su nueva mujer, y aquí no ha pasado nada. Hay corrupción, pero no mucha: las señoras le venden su ropa usada a las mucamas. Hay mucha mentira, pero nada demasiado grave: un señor le mete los cuernos a su esposa, otro le oculta que se quedó sin trabajo y así todo. Hay vicios, pero nada nuevo: algún porrito adolescente, alguna señora aburrida que se emborracha, algún hombre serio que se pajea para internet. Hay personajes marginales (a los que la autora trata denodadamente de mostrar como los únicos rescatables), pero no tanto: una mucama lesbiana, un pibe que espía a los vecinos desde los árboles, una piba correntina adoptada "a la fuerza" por una familia que sólo quería a su hermanito bebé. Y hay crimen, pero tampoco tanto: tres muertos en la pileta pero ningún otro asesino más que el capitalismo salvaje y la debacle social del 2001. Todos lugares comunes más transitados que la Panamericana un viernes a la tardecita.

"No es lo mismo contar que vivir. Es más difícil contar. Vivir se vive y ya. Para contar hay que ordenar y a ella le está faltando eso, ordenar, por dentro, las ideas, lo que le pasa. El cuarto por suerte se lo ordena Antonia."
Las viudas... no sólo es un libro liviano y lleno de lugares comunes y frases hechas, sino también previsible: al principio te tira los tres muertos a la pileta y, aunque no los vuelve a enhebrar hasta el final, enseguida te das cuenta qué pasó con ellos. La multiplicidad de voces más que sumar desordena, sobre todo cuando aparece la tercera persona no identificada, que vendría a representar a una cualquiera de las habitantes del gueto que hace las veces de narradora y nos cuenta cosas de la realidad (para ponernos en época) pero sin nombrarla: frases (que no son textuales, porque no da) como "un país del norte ataca a un país de medio oriente" o "un presidente renuncia y viene otro que se va rápido". Las pocas puntas medianamente prometedoras (los muertos, Romina, la venganza de la cornuda) se diluyen pronto y los personajes (autora incluida) deambulan abúlicamente entre la nada y la nada y la historia fluye, es cierto, pero también fluye el agua en el bidet y no por eso es una fuente.

febrero 27, 2007

empecemos por algún lado

estoy segura de que alguna vez le hablé de Héctor Abad Faciolince, un colombiano que escribió un librito maravilloso que se llama Tratado de culinaria para mujeres tristes, del que tengo por ahí una reseña-comentario que capaz que vale la pena poner por acá, ya veremos.

bueno, en algún momento de todo este tiempo sin postear, tuve la oportunidad de leer otra novela del tipo este, Angosta, un hallazgo de mesa de ofertas de supermercado, porque la verdad es que a Héctor no se lo ve demasiado por las librerías, aunque ahora le publicaron un libro en el que escribe sobre el padre, creo. lo más raro es que Angosta está publicada en Buenos Aires y por Seix Barral, así que habrá que buscar un poco y capaz que aparece más, lo cual le aseguro que no puede ser nada malo.

le cuento un poco. Angosta es algo así como una ciudad estado que tiene una organización territorial y social sumamente jerarquizada y fascista. imagínese tres terrazas, en la más fría viven los ricos (la división social es cuestión netamente monetaria: el que tiene más de un millón es clase alta, sin que importe su raza, origen o religión), en la del medio, la templada, viven los masomenos y en la caliente viven los pobres. dice Héctor que "la geografía de Angosta es como la de la mujer (tierra fría de cimas nevadas, rosadas de aurora bóreal, tierra caliente, después de la cintura, la espuma del Salto de los desesperados, rodeada de bruma y arbustos)". por supuesto que los ricos pueden moverse libremente por Angosta, pero quién querría dejar el Paraíso para ir a visitar a los de abajo. en cambio, los de abajo necesitan salvoconductos otorgados por la tremenda burocracia para poder acceder a la parte alta de la ciudad, no ya a pasear, pero sí para poder ir a ocupar los puestos de trabajo del tipo recolector de basura o empleaducho necesarios para el funcionamiento de la cosa. esta organización en "pisos" se traslada también a un Hotel medio desvencijado de Tierra Templada donde transcurre gran parte de la historia, en donde los pisos más bajos están mejor mantenidos y son ocupados por los que pueden pagar más y los más altos son una especie de conventillo deplorable donde van a parar lo más pelagatos.

no le quepa duda de que Angosta tiene un gobierno típicamente dictatorial-latinoamericano, con milicos torturadores, desaparecidos, listas negras y una cascada, el Salto de los Desesperados, que es el último agujero del mundo, el punto en el que la tierra se come al río o el río se suicida, que es el lugar en el que el régimen lava sus trapos sucios y los suicidas se transforman en arbustos o piedras y después en árboles o pájaros.

¿le suena medio García Márquez? y sí, algo de eso hay, aunque menos metafórico pero sin perder el uso colorido y poético de las palabras en las descripciones y comparaciones. se ve que Faciolince admira a Gabo y a otros colombianos que no conozco, pero no les hace homenajes al estilo Bruno Morales, sino que los mete en el libro y los remarca como hitos turísticos: menciones hay por todos lados, los padres de una de las protagonistas emigraron de Macondo, se habla de los Buendía y todo llega al climax en un capítulo medio off topic en el que el protagonista, Jacobo Lince, un librero, tiene una charla sobre literatura colombiana en la que mencionan a todo el mundo, incluído "un tal Héctor Abad Faciolince".

este Jacobo es un tipo que pudiendo mudarse a la tierra alta, elige quedarse en la templada y esconder su condición de rico. Lince es lince, un donjuan que no quiere compromisos pero se curte a cuanta mina puede. y que por esas cosas de la historia se cruza con un pendejo casi escapado de su casa de milicos que es casi su contracara: un poeta romántico y tímido en busca del amor de su vida. a estos dos se les suma una pelirroja de tierras calientes y entre los tres van a terminar de héroes casi involuntarios, mártires en contra del régimen de Angosta.

hay dos cositas desde lo estríctamente técnico que me encantaron: primero, el uso de los tiempos verbales, que muchas veces suena raro pero nunca es al pedo. y segundo y más importante, la manera de presentar y describir los personajes: con asterisco que lleva a pie de página, donde se incluye datos filiales (edad, peso, contextura, rasgos) y características importantes del mismo, información tangente a la narración pero sumamente útil para cerrar a los personajes, incorporada sin cortar el hilo de la historia.

yo le recomiendo que cada vez que vaya al super y vea una mesa de libros, revuelva y trate de conseguir Angosta porque realmente está bueno. al menos, cómprelo para mí que lo tuve que devolver y le juro que me quedé con las ganas.

para que me crea, le dejo otra perlita que se suma a la que puse acá: "Al hablar iba poniendo signos de puntuación con sus gestos. La coma era un breve parpadeo; el punto y coma un lento alzar de cejas; el punto una sonrisa un poco más abierta. Esa sonrisa se esfumó de nuevo cuando emprendió la siguiente perorata; su manera de poner mayúsculas era tomar mucho aire para el primer impulso de sus labios:"