abril 12, 2005

Salinger

"Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo eso de mi infancia, que hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás idioteces, estilo David Copperfield; pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero, porque es un aburrimiento, y segundo porque a mis padres les daría un infarto si yo me pusiera acá a hablar de su vida privada. Para esas cosas son especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no les gana nadie. Además, no se crean que voy a contarles mi autobiografía con todos los detalles. Sólo voy a hablarles de una cosa loca que me pasó la última Navidad, antes que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme acá a reponerme un poco".
Así empieza El guardian entre el centeno que parece ser una de las obras maestras de la década del '50 estadounidense, si es que eso quiere decir algo. Sé que meterse con Salinger no es algo fácil pero después de este inicio deslumbrante que me obligó a leer página tras página de las andanzas de un adolescente que uno no termina de entender si está un poco desquiciado o qué, me aburrieron los detalles de algo que quizá en los '50 fuera bastante revulsivo pero que hoy no pasa de costumbrista. Le diría que de las doscientas setenta y cuatro páginas de la edición de edhasa, hay cien que están muy buenas y a partir de ahi empieza a adormecer, sobre todo porque con este comienzo uno espera que realmente pase algo catastrófico y eso nunca llega.